24 de agosto de 2008

Chabela*

Las manos le tiemblas como los pies de una negra bailando zamacueca, lleva medias remendadas con rojos esmaltes, esmalte en uñas y dedos. Carmín en sus labios, carmín en sus huesudas mejillas.
La veía pasar, siempre pasaba y me sentaba con mi guitarra a esperarla verla bailar. Cuando con zapatos rojos de tacón su cola elegante era perseguida por perros y acompañada de maullidos salía del bello callejón, de su jirón de la unión.
Mujer de guantes blancos, pituca, revoloteando en salones, en bailes, en clubes donde los hombres peleaban por posar sus blancas manos en esas caderas con compás. Esa gringa de “chanel” de dos por tres que le compraba a la vieja José.
Su perfume ya no es recordado y Chabela ya no es bienvenida en el Club De La Unión y sólo el borracho del 23 goza con las caderas y la carne rancia que se ensucia en los polvos y en el humo de la Santa...
¡Ay, mi Chabela, Chabela! Te has cansado de pisar las calles en tacón, te has cansado de sumir el estomago y de sonreír, mi gringa, hoy estás perdida en un frasco de pastillas, pero mi guitarra suena, suena, suena, suena por ti, Chabela.

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