30 de mayo de 2016

Amazona

Esa sonrisa que más parece una mueca y esos rizos desordenados hacen que me hierva la sangre, que me quemen las manos que juegan inquietas y que no puedo controlar, que me latan húmedos los labios y que pierda la razón.  
Rizos alborotados tiñendo de color las sábanas de este hotel barato, gemidos cálidos que arañan mis caderas, uñas que acarician mis muslos. 
El gris de la pared arde de deseo al compás de tus caderas. Cabalga, amazona, pienso aferrándome al rojo de tus nalgas y sonrió sintiendo esa nariz a juego que trata de alcanzar al oxígeno que se escapa de la habitación.  
Mis manos se hunedecen con el más dulce de los sabores y mi garganta se seca y se desgarra al ritmo de tu baile.
La noche es espesa, y entre en negro y la neblina; el rojo, el calor y el sabor se hacen más intensos, me embriago con facilidad bebiendo de tus muslos, saboreando los lunares de tu espalda y el perfume de tu nuca. 

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